jueves, 27 de agosto de 2009

Un guapetón.

Por José de Velilla.

Aquella noche, después de una copiosa lluvia, había salido la luna, que tan pronto brilla en los claros del cielo como se arrebozaba en los cenicientos y desbandados nubarrones, que huían en precipitada carrera impulsados por el huracán.

La noche estaba temerosa: sonaban las dos de la madrugada en los relojes de la Catedral y del Ayuntamiento de Sevilla, y yo me dirigía a mi casa (y de ustedes) a paso gimnástico, para ganar el tiempo que me habían hecho perder los aguaceros, obligándome –desprovisto de paraguas e impermeable- a esperar, refugiado bajo los dinteles de una puerta cerrada, a que cesara la lluvia y disminuyesen los arroyos de las calles.

Al desembocar en una de éstas, que apenas mediría de tres a cuatro metros de anchura, vi en medio de ella a un hombre alto, seco, con pobladas patillas a lo contrabandista, sombrero cordobés derribado sobre el cogote, y capa sujeta al hombro izquierdo, arrastrándole por el suelo lo demás del paño. Blandía mi hombre una navaja descomunal con honores de machete o sable, y con ella dibujaba en el aire tajos y reveses y daba tremendas puñaladas en las paredes de uno y otro lado. Animábase en estos ejercicios recitando en voz alta, enronquecida por el zumo de uva o leche de parras, y con lengua torpe y trapajosa, el invariable monólogo del perfecto borracho.

Como mi paso por la calle era forzoso, y temí algún desaguisado me paré en la esquina con la esperanza de que siguiera su camino, si por ventura seguía alguno aquel adorador de Baco y discípulo de Marte, y entretúveme en escuchar sus discursos.


-Por aquí no pasa naide, decía él, hablando sólo y haciendo milagros para guardar el equilibrio. ¡Olé, vivan los valientes! Pa guapo yo…y la gente e mi barrio, la gente e Triana…Allí toos semo unos barbianes. Estos señoritines e Sevilla, ni sirven pa náa, ni valen pa náa…!Viva la mare que me echó ar mundo, y viva yo, y lo valiente que soy!
Y acreditándolo con los hechos, descargó una terrible puñalada sobre la pared, que estaría reblandecida por la lluvia, pues cayó al suelo un montoncillo de escombros.
-¡Josún…! Exclamó el beodo, admirando su propia hazaña y el desconchado, y desclavando el navajón. ¡Josún…! ¡Si esto lo jago con un cuerpo e ladrillo, qué no jaría con un cuerpo e carne e verdá! ¡Que vengan guapos!...!Náa, que por aquí no pasa naide sin que lo moje!...Na más que la gente er barrio, los trianeros, porque los valientes nos ebemos respeto…!Ole ya, y viva mi barrio!
En esto, al dar un enorme traspiés, deslizáronsele al suelo, sin que lo advirtiera, sombrero y capa, quedando esta tendida a lo largo.

-¡Que lo digo, no pasa naide!..., repetía él, con la pesadez del vino. Pero…¿qué burto e jese? dijo, fijándose en la capa y el sombrero. ¿Habré matao a arguno sin sentirlo? Vamos…pos si son una pañosa (1) y un estache… (2) Algún pobrete, viéndome aquí jecho un Francisco Esteban, se habrá esnuáo esa empeimenta pa juí con toa libertá. ¡Náa, que pa valiente yo…y que por aquí no ejo pasá a naide más que a la gente e Triana, a la gente e mi barrio, que e er barrio de los mozos crúos!
Faltándome ya la paciencia, me aventuré a entrar en la calle, pegando mi cuerpo a la pared y empuñando el bastón como arma defensiva. Llegué, receloso, a ponerme enfrente del orador, y cuando yo esperaba que éste me acometiera, vi con asombro que retrocedió y cerró la navaja, diciéndome al propio tiempo:
-¡ Vayasté con Dió, y sin cudiao, que usté va pa er barrio!
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(1) capa (2) sombrero
Fuente; Revista Blanco y Negro 19 de agosto de 1893

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