Mucho antes que el Cristo de las Tres Caídas subiese el Altozano guiado por un romano -dicen que de la Cava- a lomos de un brioso corcel, o antes que Caracoles hiciese famoso a su caballo por soportar su corpachón en días de romería rociera, e incluso antes de que el caballo de Juan Belmonte se volviese loco y se suicidase dándose un cabezazo contra la reja de hierro de una ventana, hubo en Triana un equino de esos que hacían temblar de envidia al mismísimo caballo del Espartero, ese que tiene estatua en Madrid, con sus atributos incluidos.
Pujavante era su nombre. Vivía en una covacha, en los primeros soportales de la calle.
Percherón y alazán, Pujavante era fuerte como un roble. Era el caballo que se encargaba de ayudar a las mulas que tiraban del tranvía a subir la pesada cuesta del Altozano hasta embocar el Puente. Ese era su cometido y era todo un espectáculo.
Pero como todo lo bueno de esta vida, aquello se acabó en post de la modernidad y los tranvías de tracción animal se cambiaron por unidades eléctricas. El destino de Pujavante pudo ser el de caballo de picaor, quien sabe, y terminar sus días con el vientre cosido a puñaladas por un cornúpeta y con las tripas desparramadas por el albero maestrante. Vaya usted a saber. Lo mismo terminó tirando de un carro de escombros o acarreando barro del río para los artesanos del barrio.
A Pujavante lo sustituyó la electricidad, esa que tantos disgustos dio a la salida del Puente, como muestran las imágenes de pocos años más tarde.
De la mano de Rafael Laffón traemos este delicioso texto, recogido en el libro de Emilio Jiménez Díaz "Sevilla y sus tranvías".
Pujavante, un percherón trianero.
Pujavante era su nombre. Vivía en una covacha, en los primeros soportales de la calle.
Percherón y alazán, Pujavante era fuerte como un roble. Era el caballo que se encargaba de ayudar a las mulas que tiraban del tranvía a subir la pesada cuesta del Altozano hasta embocar el Puente. Ese era su cometido y era todo un espectáculo.
Pero como todo lo bueno de esta vida, aquello se acabó en post de la modernidad y los tranvías de tracción animal se cambiaron por unidades eléctricas. El destino de Pujavante pudo ser el de caballo de picaor, quien sabe, y terminar sus días con el vientre cosido a puñaladas por un cornúpeta y con las tripas desparramadas por el albero maestrante. Vaya usted a saber. Lo mismo terminó tirando de un carro de escombros o acarreando barro del río para los artesanos del barrio.
A Pujavante lo sustituyó la electricidad, esa que tantos disgustos dio a la salida del Puente, como muestran las imágenes de pocos años más tarde.
De la mano de Rafael Laffón traemos este delicioso texto, recogido en el libro de Emilio Jiménez Díaz "Sevilla y sus tranvías".
Pujavante, un percherón trianero.